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La “guerra contra las drogas” vuelve a teñir de sangre las favelas. Esto no es seguridad. Es necropolítica.
Desde RESET – Política de Drogas y Derechos Humanos, expresamos nuestro más profundo repudio ante la masacre llevada a cabo en los complejos de Alemão y Penha (Río de Janeiro). Al menos 132 personas fueron asesinadas en manos del Estado Federal de Rio de Janeiro, según la Defensoría Pública del estado.
Una vez más, la llamada “Operación Contención” es presentada como una acción para “combatir el narcotráfico”, pero no se trata de seguridad pública: se trata de la materialización más brutal de una política de muerte, una violencia institucional extrema que viola sistemáticamente los derechos humanos y reproduce un exterminio racial y clasista.
NO ES UNA GUERRA, ES UNA MASACRE
La narrativa bélica —“guerra contra las drogas”, “narcoterrorismo”— solo sirve para legitimar ejecuciones sumarias. Aun si no se niega la existencia del narcoterrorismo, la respuesta de un Estado democrático no puede ser de idéntico tenor: no puede producir muerte y exterminio de poblaciones enteras.
Bajo este discurso, el Estado convierte a la favela en su enemigo ya sus habitantes en sospechosos existenciales. El discurso del “narcoterrorismo” funciona como un disfraz técnico del terror racial: permite que el rifle apunte, no al crimen, sino al color de la piel. Así, toda política de seguridad se transforma en política de guerra, y la policía se convierte en un soldado autorizado para eliminar al “otro interno” —el cuerpo negro, pobre y marginado.
Lo que ocurrió en Brasil no son enfrentamientos, sino operaciones de eliminación, donde el Estado administra quién puede vivir y quién debe morir. Esto es necropolítica: una democracia sostenida a balas, donde las favelas son el laboratorio de la muerte y las vidas negras, su moneda de cambio.
EL PROHIBICIONISMO ES INÚTIL
¿Alguien cree seriamente que esta matanza resuelve el narcotráfico? En pocos días el mercado ilegal se habrá reorganizado. Lo que queda son cuerpos, miedo, familias y comunidades devastadas.
La represión punitiva no reduce el consumo problemático ni fortalece la salud pública. Solo profundiza la precariedad, la desconfianza y la impunidad, mientras los verdaderos intereses del tráfico —económicos, políticos, institucionales— permanecen intocables.
RACISMO ESTRUCTURAL Y PEDAGOGÍA DE LA MUERTE
La violencia de Estado no es un exceso: es una estructura. Una pedagogía de la muerte que enseña todos los días quién puede ser eliminado y quién debe permanecer protegido. Está en los noticieros, en los tribunales, en los presupuestos públicos y en los silencios cómplices.
Cuando el gobernador justifica una masacre como “confrontación necesaria”, se le enseña al país que las vidas negras son desechables con un lenguaje de seguridad pública.
EL ESTADO COMO AMENAZA
El Estado ya no es garante de derechos: es la amenaza misma, administra la vida y la muerte según criterios raciales, económicos y territoriales. Cuando envía miles de agentes armados a invadir comunidades, reafirma un orden donde la democracia existe solo para algunos, y muchos deben morir para que siga pareciendo posible.
En un Estado de Derecho, ninguna de estas operaciones ocurriría sin control ni rendición de cuentas. Pero cuando el violador es el propio Estado, la Constitución se convierte en papel mojado. El terror no es un error: es un pilar de la nación.
Una democracia no puede sostenerse gracias a un fusil. Por eso, desde RESET exigimos:
- Una investigación inmediata e independiente de los hechos.
- El fin de la intervención militar en las favelas y la suspensión de nuevos operativos.
- Reparación integral para las víctimas y sus familias.
- Una política de drogas basada en salud, reducción de daños, justicia social e igualdad de género.
Las víctimas tienen rostros, nombres, familias y comunidades. No son daños colaterales, son personas asesinadas por una política que confunde orden con exterminio.
Las favelas resisten, las madres gritan, los movimientos denuncian, quienes documentan y recuerdan, mantienen viva la memoria frente al intento de borrarlas. Y aunque intenten silenciarlas, no nos borrarán. Jamás nos borrarán. Cada muerte impune, nos interpela a todas y todos.
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